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.—Llevo ropa Mendicante —dije—.Y, como habrás notado, mi acento es de Borde del Firmamento.Hablo un poco de canasiano, si te resulta más fácil.—Norte va bien.Los cerdos no somos tan estúpidos como todos vosotros pensáis —hizo una pausa—.¿Tu acento te procuró esa pistola? En ese caso, vaya acento que tienes.—Me ayudaron unas personas —dije.Estaba a punto de mencionar a Zebra, pero me lo pensé mejor—.No todos en la Canopia están de acuerdo con el Juego.—Eso es cierto —respondió el hombre—.Pero siguen siendo de la Canopia y siguen meándose en nosotros.—Puede que lo hayan ayudado —dijo otra voz, pero de mujer.Miré en el interior de la penumbra y vi a un cerdo más pequeño y de aspecto femenino que se acercaba al hombre, caminando con cuidado a través de los restos de mi llegada, con una expresión difÃcil de leer, como si hiciera aquello todos los dÃas.Levantó una mano y le tocó el codo—.He oÃdo hablar de esa gente.Se hacen llamar sabos.Saboteadores.¿Qué aspecto tiene, Lorant?El primer cerdo, Lorant, se quitó las gafas y se las ofreció a la mujer.Ella tenÃa una belleza curiosa, cabello humano le caÃa en grasientas cortinas para enmarcar una cara de muñeca con hocico.Se puso las gafas un momento y asintió.—No parece de la Canopia.En primer lugar, es humano, tal y como Dios lo creó.Salvo por los ojos, aunque quizá sea cosa de la luz.—No es por la luz —respondió Lorant—.Puede vernos sin gafas.Me di cuenta cuando llegaste.Su mirada se fijó en ti.—Le cogió las gafas a la cerda y habló dirigiéndose a m×.Quizá sea cierto algo de lo que dices, Tanner Mirabel.Pero apostarÃa a que no todo.No perderÃas la apuesta, pensé, y casi lo dije en voz alta.—No pretendo haceros daño —dije y puse el arma sobre el bambú con gran ceremonia, con cierta seguridad de que podrÃa cogerla si el cerdo se movÃa hacia mà con el cuchillo—.Estoy metido en muchos problemas y la gente de la Canopia volverá para acabar conmigo muy pronto.Puede que también me haya creado enemigos entre los saboteadores, ya que les robé.—Me arriesgué a admitir que habÃa robado en la Canopia, ya que supuse que aquello no me perjudicarÃa ante Lorant, sino todo lo contrario—.También hay otra cosa.No sé nada sobre la gente como vosotros, ni bueno ni malo.—Pero sabes que somos cerdos.—Es difÃcil no verlo, ¿no crees?—Como nuestra cocina.Tampoco la viste, ¿no?—Pagaré los daños —dije—.También tengo dinero.—Metà la mano en los voluminosos bolsillos del abrigo de Vadim y saqué un fajo de las profundidades—.No es mucho —añad×, pero puede que cubra parte de los gastos.—Salvo que no es nuestra —dijo Lorant mientras estudiaba mi mano extendida.TendrÃa que dar un paso adelante para aceptarlo y en aquellos momentos ninguno de los dos estábamos preparados para entrar en aquella fase de confianza—.El hombre al que pertenece la cocina está fuera visitando el altar de su hermano en el Monumento a los Ochenta.No volverá hasta el anochecer.No es un hombre bien dispuesto ni a la benevolencia ni al perdón.Y entonces tendré que molestarlo con las noticias del daño que has causado y él, cómo no, volcará su enfado en mÃ.Le ofrecà la mitad de otro fajo, lo que dejó bastante mermadas las reservas que le habÃa cogido a Zebra.—Quizá esto ayude a suavizar tus problemas, Lorant.Son otros noventa o cien marcos Ferris.Si me pides más, empezaré a pensar que intentas desplumarme.Puede que el cerdo sonriera en aquel momento; no podÃa estar seguro.—No puedo ofrecerte refugio, Tanner Mirabel.Demasiado peligroso.—Lo que quiere decir —dijo la otra cerda—, es que tendrás un implante en la cabeza.La gente de la Canopia sabrá donde estás, incluso ahora mismo.Y tú los has hecho enfadar, eso nos pone a todos nosotros en peligro.—Sé lo del implante —dije—.Y por eso necesito vuestra ayuda.—¿Ayuda para quitártelo?—No —respond×, conozco a alguien que puede hacerlo.Se llama Madame Dominika.Pero no tengo ni idea de cómo llegar hasta ella.¿PodrÃais llevarme?—¿Tienes alguna idea de adónde?—Estación Central —contesté.El cerdo observó las ruinas de la cocina.—Bueno, supongo que no vamos a cocinar mucho hoy, Tanner Mirabel.Eran refugiados del Cinturón de Óxido.Antes habÃan sido refugiados de otro lugar, de la frÃa periferia cometaria de otro sistema solar.Pero el cocinero y su esposa (ya no podÃa pensar en ellos solo como en cerdos) no sabÃan realmente cómo habÃa llegado hasta allà el primero de su especie, solo tenÃan teorÃas y mitos.La que sonaba más probable era la de que eran descendientes lejanos y abandonados de un programa de ingenierÃa genética de hacÃa siglos.Hubo un tiempo en el que se utilizaban los órganos de los cerdos para hacer transplantes a humanos (habÃa más similitudes que diferencias entre las especies) y parecÃa probable que los cerdos hubieran sido un experimento para hacer que los donantes animales fueran más humanos mezclando genes humanos con su ADN.Quizá la cosa hubiera ido más lejos de lo que nadie pretendÃa y un espectro de genes hubiera transferido accidentalmente inteligencia a los cerdos.O quizá aquella habÃa sido la idea en todo momento y los cerdos fueran un intento fallido de crear una raza servil sin las desagradables desventajas de las máquinas.En algún momento debieron abandonar a los cerdos; los dejarÃan en el espacio exterior para que se valieran por sà mismos.Quizá era demasiada molestia cazarlos y matarlos de forma sistemática, o quizá los mismos cerdos se habÃan liberado de los laboratorios y habÃan establecido colonias secretas.Para entonces, me contó Lorant, eran más de una especie y cada una tenÃa su propia mezcla de genes humanos y porcinos, asà que habÃa grupos de cerdos que no contaban con la habilidad de formar palabras, aunque tenÃan todos los mecanismos neurales necesarios en su sitio.Recordé los cerdos con los que me habÃa encontrado antes de ser rescatado por Zebra; cómo los gruñidos del primero de ellos me habÃan parecido un intento de hablar.Quizá estaba mucho más cerca de lograr su intento de lo que yo me imaginaba.—Me encontré con otros de vuestra especie —dije—.Ayer.—Puedes llamarnos cerdos, ¿sabes? No nos molesta.Es lo que somos.—Bueno, esos cerdos parecÃan tratar de matarme.Le dije a Lorant lo que habÃa ocurrido a grandes rasgos, sin entrar a explicar exactamente lo que hacÃa intentando entrar en la Canopia.Me escuchó con atención mientras hablaba, después comenzó a sacudir la cabeza, lenta y tristemente.—No creo que realmente te quisieran a ti, Tanner Mirabel.Creo que probablemente quisieran a la gente que iba detrás de ti.HabrÃan notado que te perseguÃan.Probablemente intentaran convencerte para que fueras con ellos, para ofrecerte refugio.Pensé de nuevo en lo que habÃa pasado y, a pesar de que no estaba del todo convencido, comencé a preguntarme si realmente las cosas habrÃan sucedido tal y como decÃa Lorant.—Disparé a uno de ellos —dije—.No fue una herida mortal, pero la pierna necesitará cirugÃa.—Bueno, no te sientas demasiado mal por eso
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