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.Fuera, en la calle desierta, Simon estaba apoyado en la pared de la Fundición, un muro de ladrillo cubierto de hiedra, contemplando el cielo.Las luces del puente descolorÃan las estrellas, de tal modo que no habÃa nada que ver, excepto un manto de negrura aterciopelada.Con una pasión repentina, deseó poder respirar aquel aire frÃo para despejarse la cabeza, poderlo sentir en la cara, en la piel.No llevaba más que una fina camisa y le daba lo mismo.No podÃa temblar, e incluso el recuerdo del hecho de temblar empezaba a desaparecer de su memoria, poco a poco, dÃa a dÃa, desvaneciéndose como todos los recuerdos de otra vida.—¿Simon?Se quedó helado.Aquella voz, débil y familiar, dejándose llevar por la corriente del aire frÃo.«SonrÃe.» Era lo último que le habÃa dicho.Pero no podÃa ser.Estaba muerta.—¿No piensas mirarme, Simon? —Su voz era débil como siempre, apenas un susurro—.Estoy aquÃ.El terror ascendió por su espalda.Abrió los ojos y giró poco a poco la cabeza.Maureen ocupaba el centro del cÃrculo de luz proyectado por una farola de la esquina de Vernon Boulevard.Iba vestida con la ropa con la que debieron de enterrarla.Un vestido blanco largo y virginal.Su melena, peinada lisa y de un resplandeciente tono amarillo bajo la luz, le llegaba a la altura de los hombros.Estaba algo sucia aún, con restos de tierra de la tumba.Calzaba zapatillas blancas.Su cara estaba blanca como la de un muerto, cÃrculos rojos pintados en sus mejillas, y la boca de un rosa intenso, como si se la hubieran dibujado con un rotulador.A Simon le flaquearon las piernas.Se deslizó por la pared en la que estaba apoyado hasta quedarse sentado en el suelo, con las rodillas dobladas.Era como si la cabeza fuera a explotarle.Maureen rió como una chiquilla y luego se alejó de la luz de la farola.Avanzó hacia él y bajó la vista con una expresión de satisfacción y alegrÃa.—SabÃa que te sorprenderÃa —dijo.—Eres una vampira —dijo Simon—.Pero.¿cómo? No fui yo quien te hizo esto.Sé que no fui yo.Maureen negó con la cabeza.—No lo sabÃa.—A Simon se le quebró la voz—.HabrÃa venido de haberlo sabido.Maureen se echó el cabello hacia atrás por encima del hombro en un gesto que, de repente y de forma muy dolorosa, le hizo pensar a Simon en Camille.—No tiene importancia —dijo Maureen con su vocecita infantil—.Cuando se puso el sol, me dijeron que podÃa elegir entre morir o vivir como esto.Como una vampira.—¿Y elegiste esto?—No querÃa morir —dijo con un suspiro—.Y ahora seré eternamente joven y bonita.Puedo andar por ahà toda la noche, sin necesidad de volver a casa.Y ella cuida de mÃ.—¿De quién hablas? ¿Quién es ella? ¿Te refieres a Camille? Mira, Maureen, Camille está loca.No deberÃas hacerle caso.—Simon se incorporó a duras penas—.Puedo conseguirte ayuda.Encontrarte un lugar donde vivir.Enseñarte a ser una vampira.—Oh, Simon —dijo sonriendo, y sus dientecillos blancos asomaron en una perfecta hilera—.Me parece que tú tampoco sabes ser vampiro.No querÃas morderme, pero lo hiciste.Lo recuerdo.Tus ojos se pusieron negros como los de un tiburón y me mordiste.—Lo siento mucho.Si me dejaras ayudarte.—PodrÃas venir conmigo —dijo ella—.Eso me ayudarÃa.—¿Ir contigo adónde?Maureen levantó la vista y se quedó mirando la calle vacÃa.ParecÃa un fantasma con aquel vestidito tan fino.El viento lo levantaba alrededor de su cuerpo, pero era evidente que no sentÃa frÃo.—Has sido elegido —dijo—, porque eres un vampiro diurno.Los que me hicieron esto te quieren.Pero ahora saben que llevas la Marca.No pueden hacerse contigo a menos que tú decidas acudir a ellos.Por eso me han enviado a modo de mensajera.—Ladeó la cabeza, como un pajarito—.Tal vez yo no sea alguien importante para ti —dijo—, pero si te niegas a venir la próxima vez capturarán a tus seres queridos hasta que no quede ninguno, de modo que será mejor que vengas conmigo y averigües qué quieren.—¿Lo sabes tú? —preguntó Simon—.¿Sabes qué quieren?Maureen hizo un gesto negativo con la cabeza.Estaba tan pálida bajo aquella luz difusa que parecÃa casi transparente; era como si Simon pudiese ver a través de ella.Tal y como, se imaginaba, habÃa hecho siempre.—¿Te importa? —dijo ella, y le tendió una mano
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