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.-Sea quien fuere -respondió don Quijote-, que yo haré lo que soy obligado y loque me dicta mi conciencia, conforme a lo que profesado tengo.Y, volviéndose a la doncella, dijo:145-La vuestra gran fermosura se levante, que yo le otorgo el don que pedirmequisiere.-Pues el que pido es -dijo la doncella- que la vuestra magnánima persona sevenga luego conmigo donde yo le llevare, y me prometa que no se ha de entremeteren otra aventura ni demanda alguna hasta darme venganza de un traidor que,contra todo derecho divino y humano, me tiene usurpado mi reino.-Digo que así lo otorgo -respondió don Quijote-, y así podéis, señora, desde hoymás, desechar la malenconía que os fatiga y hacer que cobre nuevos bríos yfuerzas vuestra desmayada esperanza; que, con el ayuda de Dios y la de mi brazo,vos os veréis presto restituida en vuestro reino y sentada en la silla devuestro antiguo y grande estado, a pesar y a despecho de los follones quecontradecirlo quisieren.Y manos a labor, que en la tardanza dicen que sueleestar el peligro.La menesterosa doncella pugnó, con mucha porfía, por besarle las manos, mas donQuijote, que en todo era comedido y cortés caballero, jamás lo consintió; antes,la hizo levantar y la abrazó con mucha cortesía y comedimiento, y mandó a Sanchoque requiriese las cinchas a Rocinante y le armase luego al punto.Sanchodescolgó las armas, que, como trofeo, de un árbol estaban pendientes, y,requiriendo las cinchas, en un punto armó a su señor; el cual, viéndose armado,dijo:-Vamos de aquí, en el nombre de Dios, a favorecer esta gran señora.Estábase el barbero aún de rodillas, teniendo gran cuenta de disimular la risa yde que no se le cayese la barba, con cuya caída quizá quedaran todos sinconseguir su buena intención; y, viendo que ya el don estaba concedido y con ladiligencia que don Quijote se alistaba para ir a cumplirle, se levantó y tomó dela otra mano a su señora, y entre los dos la subieron en la mula.Luego subiódon Quijote sobre Rocinante, y el barbero se acomodó en su cabalgadura,quedándose Sancho a pie, donde de nuevo se le renovó la pérdida del rucio, conla falta que entonces le hacía; mas todo lo llevaba con gusto, por parecerle queya su señor estaba puesto en camino, y muy a pique, de ser emperador; porque sinduda alguna pensaba que se había de casar con aquella princesa, y ser, por lomenos, rey de Micomicón.Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino eraen tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen habían de sertodos negros; a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio, y díjose así mismo:-¿Qué se me da a mí que mis vasallos sean negros? ¿Habrá más que cargar conellos y traerlos a España, donde los podré vender, y adonde me los pagarán decontado, de cuyo dinero podré comprar algún título o algún oficio con que vivirdescansado todos los días de mi vida? ¡No, sino dormíos, y no tengáis ingenio nihabilidad para disponer de las cosas y para vender treinta o diez mil vasallosen dácame esas pajas! Par Dios que los he de volar, chico con grande, o comopudiere, y que, por negros que sean, los he de volver blancos o amarillos.¡Llegaos, que me mamo el dedo!Con esto, andaba tan solícito y tan contento que se le olvidaba la pesadumbre decaminar a pie.Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabían quéhacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, imaginóluego lo que harían para conseguir lo que deseaban; y fue que con unas tijerasque traía en un estuche quitó con mucha presteza la barba a Cardenio, y vistióleun capotillo pardo que él traía y diole un herreruelo negro, y él se quedó encalzas y en jubón; y quedó tan otro de lo que antes parecía Cardenio, que élmesmo no se conociera, aunque a un espejo se mirara.Hecho esto, puesto ya quelos otros habían pasado adelante en tanto que ellos se disfrazaron, confacilidad salieron al camino real antes que ellos, porque las malezas y malospasos de aquellos lugares no concedían que anduviesen tanto los de a caballocomo los de a pie.En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de lasierra, y, así como salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso146a mirar muy de espacio, dando señales de que le iba reconociendo; y, al cabo dehaberle una buena pieza estado mirando, se fue a él abiertos los brazos ydiciendo a voces:-Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote donQuijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio delos menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes.Y, diciendo esto, tenía abrazado por la rodilla de la pierna izquierda a donQuijote; el cual, espantado de lo que veía y oía decir y hacer aquel hombre, sele puso a mirar con atención, y, al fin, le conoció y quedó como espantado deverle, y hizo grande fuerza por apearse; mas el cura no lo consintió, por locual don Quijote decía:-Déjeme vuestra merced, señor licenciado, que no es razón que yo esté a caballo,y una tan reverenda persona como vuestra merced esté a pie.-Eso no consentiré yo en ningún modo -dijo el cura-: estése la vuestra grandezaa caballo, pues estando a caballo acaba las mayores fazañas y aventuras que ennuestra edad se han visto; que a mí, aunque indigno sacerdote, bastaráme subiren las ancas de una destas mulas destos señores que con vuestra merced caminan,si no lo han por enojo.Y aun haré cuenta que voy caballero sobre el caballoPegaso, o sobre la cebra o alfana en que cabalgaba aquel famoso moro Muzaraque,que aún hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco dela gran Compluto.-Aún no caía yo en tanto, mi señor licenciado -respondió don Quijote-; y yo séque mi señora la princesa será servida, por mi amor, de mandar a su escudero déa vuestra merced la silla de su mula, que él podrá acomodarse en las ancas, sies que ella las sufre.-Sí sufre, a lo que yo creo -respondió la princesa-; y también sé que no serámenester mandárselo al señor mi escudero, que él es tan cortés y tan cortesanoque no consentirá que una persona eclesiástica vaya a pie, pudiendo ir acaballo.-Así es -respondió el barbero.Y, apeándose en un punto, convidó al cura con la silla, y él la tomó sin hacersemucho de rogar.Y fue el mal que al subir a las ancas el barbero, la mula, que,en efeto, era de alquiler, que para decir que era mala esto basta, alzó un pocolos cuartos traseros y dio dos coces en el aire, que, a darlas en el pecho demaese Nicolás, o en la cabeza, él diera al diablo la venida por don Quijote
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