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.Margot Verger le tendió la mano con el brazo rígido desde el hombro.Estaba claro que practicaba el culturismo.Bajo el cuello nervudo, los hombros y los brazos macizos tensaban el tejido de su polo de tenis.Los ojos tenían un brillo seco y parecían irritados, como si padecieran escasez de lágrimas.Llevaba pantalones de montar de sarga y botas sin espuelas.—¿Qué coche es ése? -preguntó-.¿Un viejo Mustang? —Del ochenta y ocho.—¿De los de cinco litros? Parece como si se agachara sobre las ruedas.—Sí.Es un Mustang Roush.—¿Y le gusta? —Mucho.—¿A cuánto se pone? —No lo sé.A bastante, creo.—¿Le da miedo comprobarlo? —Más bien respeto.Yo diría que lo uso con respeto -explicó Starling.—¿Sabía lo que hacía cuando lo compró? —Sabía bastante cuando lo vi en una subasta de objetos incautados a unos traficantes.Y aprendí más después.—¿Cree que podría con mi Porsche? —Depende del Porsche.Señorita Verger, necesito hablar con su hermano.—Habrán acabado de arreglarlo en cinco minutos.Podemos empezar a subir.Los enormes muslos de Margot Verger hacían sisear la sarga de sus pantalones mientras subía la escalera.Su pelo trigueño era lo bastante ralo como para que Starling se preguntara si tomaría esteroides y tendría que sujetarse el clítoris con cinta adhesiva.A Starling, que había pasado la mayor parte de su infancia en un orfanato luterano, la vastedad de los espacios, las vigas pintadas de los techos y las paredes llenas de retratos de muertos de aspecto importante le hicieron pensar en un museo.En los rellanos había jarrones chinos y los pasillos estaban cubiertos por largas alfombras marroquíes.Al llegar al ala nueva de la casa se producía un corte brusco en el estilo.Tras cruzar una puerta de dos hojas de cristal esmerilado, que desentonaba con el vestíbulo abovedado, se accedía a un anexo moderno y funcional.Margot Verger se detuvo ante la puerta y dirigió a Starling una de sus miradas brillantes e irritadas.—Hay personas a las que les cuesta hablar con Mason-le advirtió-.Si se siente incómoda, o no puede soportarlo, yo puedo informarle más tarde de lo que se le haya olvidado preguntarle.Existe una emoción que todos conocemos pero a la que nadie ha sabido dar nombre: el regocijo que experimentamos cuando creemos inminente una ocasión para despreciar al prójimo.Starling percibió aquello en el rostro de Margot Verger.—Gracias -fue todo lo que contestó.Para sorpresa de Starling, la primera habitación del ala era una sala de juegos enorme y bien equipada.Dos niños afroamericanos jugaban entre animales de peluche de tamaño gigante, uno montado en unapequeña noria y el otro empujando un camión por el suelo.En las esquinas había todos los triciclos y coches imaginables, y en el centro, un amplio parque infantil con el suelo acolchado.En una esquina de la sala, un individuo alto vestido de enfermero leía el “Vogue” sentado en un confidente.En las paredes había un buen número de cámaras, unas por encima de la cabeza y otras a la altura de los ojos.La situada en lo alto de la esquina más próxima siguió los pasos de Starling y Margot Verger mientras las lentes giraban para enfocarlas.Starling ya había dejado de sufrir cada vez que veía a un niño de color, pero no podía apartar la vista de aquellos dos.Su alegre afán en torno a los juguetes la conmovió mientras cruzaba la sala siguiendo a Margot Verger.—A Mason le gusta mirarlos -le explicó la mujer-.Ycomo a ellos les asusta verlo, a todos menos a los muy pequeños, ha ideado este sistema.Luego montan los ponis.Son niños de la guardería de los servicios sociales de Baltimore.Sólo era posible llegar a la habitación de Mason Verger atravesando su cuarto de baño, una estancia que ocupaba todo el ancho del ala y no desmerecía de un balneario.El acero, el cromo y la alfombra industrial le daban un aire institucional, y estaba llena de duchas con puertas correderas, bañeras de acero inoxidable sobre las que pendían poleas, mangueras enrolladas de color naranja, saunas y enormes armarios de cristal llenos de ungüentos de la farmacia de Santa María Novella de Florencia.El aire del cuarto de baño conservaba el vaho de un uso reciente y olía a bálsamo y linimento de gaulteria.Starling vio luz bajo la puerta de la habitación de Mason Verger.Se apagó en cuanto su hermana puso la mano sobre el pomo.Un sofá situado en una esquina recibía una luz cruda procedente del techo.Sobre él colgaba una aceptablereproducción del grabado “El anciano de los días”, de Willian Blake, que representa a Dios midiendo con un compás [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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