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.Toda la tribu procedió a celebrar un consejo, sentada en cuclillas formando un círculo, mientras nosotros, reclinados cerca de allí en una losa de basalto, observábamos sus actuaciones.Hablaron dos o tres guerreros y por último nuestro joven amigo pronunció una briosa arenga.Animada por tales gestos y ademanes tan elocuentes que pudimos entender su sentido tan claramente como si conociésemos su lengua.––¿De qué sirve que regresemos? ––decía––.Antes o después habrá que hacerlo.Vuestros camaradas han sido asesinados.¿Qué importa que yo haya regresado a salvo? A los otros se les ha dado muerte.No hay seguridad para ninguno de nosotros.Ahora estamos reunidos y prontos ––apuntó hacia nosotros––.Estos hombres extraños son nuestros amigos.Son grandes luchadores y odian a los monos––hombres al igual que nosotros.Ellos manejan ––apuntó hacia el cielo–– el trueno y el rayo.¿Cuándo volveremos a tener una oportunidad como ésta? Vamos adelante y muramos ahora o vivamos el futuro en seguridad.¿Cómo podríamos, de otro modo, volver junto a nuestras mujeres sin avergonzarnos?Los pequeños guerreros bronceados estaban pendientes de las palabras del orador y cuando terminó pro-rrumpieron en un estruendoso aplauso, blandiendo sus toscas armas en el aire.El anciano jefe avanzó hacia nosotros y nos preguntó algo, al mismo tiempo que señalaba hacia los bosques.Lord John le hizo señas de que esperase una respuesta y se volvió hacia nosotros.––Bueno, ustedes dirán lo que piensan hacer ––dijo––; por mi parte tengo una cuenta que arreglar con ese pueblo de monos, y si ésta termina borrándolos de la faz de la tierra, no creo que la tierra se moleste por ello.Pienso ir con nuestros compañeros los hombrecitos bronceados y con eso quiero decir que estaré con ellos en toda la riña.¿Qué dice usted, compañerito?––Por supuesto, iré.––¿Y usted, Challenger?––Cooperaré, sin duda.––¿Y usted, Summerlee?––Me parece que nos estamos dejando llevar muy lejos del objetivo de esta expedición, lord John.Le aseguro que cuando dejé mi cátedra de Londres no cruzaba por mi mente que lo hacía con el propósito de encabezar una incursión de salvajes contra una colonia de monos antropoides.––A tan bajos menesteres llegamos a veces ––dijo lord John sonriendo––.Pero, ya que estamos metidos en ello, ¿cuál es la decisión?––Pienso que es un paso de lo más discutible ––dijo Summerlee, polémico hasta el fin––, pero si ustedes van todos no veo cómo quedarme atrás.––Pues entonces, es cosa hecha ––dijo lord John, y volviéndose hacia el jefe asintió con la cabeza, al tiempo que daba unas palmadas a su rifle.El viejo nos estrechó las manos, uno tras otro, mientras sus hombres nos aplaudían más calurosamente que nunca.Era demasiado tarde para avanzar esa noche, de modo que los indios instalaron un tosco vivac.Encendieron hogueras, que comenzaron a brillar y humear por todas partes.Algunos de ellos habían desaparecido entre la jungla y regresaron luego conduciendo ante ellos un joven iguanodonte.Como los otros, tenía una mancha de asfalto en el brazuelo, y sólo cuando vimos que uno de los indígenas se adelantaba con aire de propietario y daba su consentimiento para que la bestia fuera sacrificada, comprendimos al fin que aquellos grandes animales eran tan de propiedad privada como un rebaño de ganado vacuno, y que esos símbolos que nos habían dejado tan perplejos no eran más que las marcas del propietario.Indefensos, torpes y vegetarianos, con miembros voluminosos y un cerebrominúsculo, podían ser reunidos y arreados por un niño.En pocos minutos la enorme bestia había sido des-pedazada y sus pedazos sobre una docena de fuegos de campamento, junto con un gran pez escamoso del género ganoideo, que había sido alanceado en el lago.Summerlee se había tendido en el suelo y dormía sobre la arena, pero nosotros erramos por el borde del agua, tratando de aprender algo más de aquel extraño país.Un par de veces descubrimos pozos de arcilla azul, iguales a los que habíamos visto en la ciénaga de los pterodáctilos.Eran antiguas troneras volcánicas y por alguna razón suscitaban en lord John un enorme interés.Por otra parte, Challenger volcaba su atención en un borboteante géiser de barro que gorgoteaba y donde algún extraño gas desprendía burbujas que estallaban en su superficie.Clavó allí una caña hueca y lanzó gritos de placer, igual que un colegial, cuando al tocarla con una cerilla encendida fue capaz de provocar una viva explosión y una llama azul en el extremo superior del tubo.Se sintió aún más complacido cuando al colocar invertida una especie de bolsa de cuero en el extremo de la caña y al llenarla de gas, fue capaz de hacerla remontar por los aires.––Es un gas inflamable y mucho más ligero que el aire.Yo diría sin margen de duda que contiene una considerable proporción de hidrógeno libre.Los recursos de G.E.C.no están exhaustos, mi joven amigo.Podré demostrarle aún de qué manera una gran inteligencia puede moldear la naturaleza para ponerla a su servicio.Se le veía envanecido por algún propósito secreto, pero no quiso decir nada más.Nada de cuanto veíamos sobre la costa me parecía tan maravilloso como la gran sábana de agua que te-níamos ante nuestra vista.Nuestro número y el ruido que producía tanta gente habían hecho huir a todos los seres vivientes del contorno, salvo a unos pocos pterodáctilos que se remontaban en círculos a gran altura sobre nuestras cabezas en espera de carroña, por lo que reinaba la quietud en torno al campamento.Todo era diferente, en cambio, sobre las aguas teñidas de rosa del lago central [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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