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.El mismo Harp ha cre�do ver a dos mariposuelas locas.He decididodarle un chance a Read.Para que veas que no soy tan malo, mucho menosinjusto, nos batiremos en duelo.Aunque s� que estoy d�ndote por la venadel gusto, puesto que te facilito la oportunidad de elegir y quedarte con elm�s h�bil.-�Con cu�l arma?-dudó la joven.-�Con cu�l arma va a ser, querida? Con la espada, deber�as suponerlo.-Eres un est�pido, tanto en la espada como con armas de fuego rozar�sla desventaja.No desde�es un dato importante, Read hizo la guerra, suexperiencia te deja enano en comparación.-�Y yo qu�? �Yo soy, hoy por hoy, el capit�n Calica Jack, el m�s temidoen la mar Caribe! -vociferó, encolerizado.-De cualquier modo, tu guardia es demasiado torcida, jorobada, dir�a yo.Es f�cil entrarte por cualquiera de los laterales.No aciertas de ningunamanera a cubrirte derecho, no lo suficiente en la exacta medida correcta.Elpirata saltó como un samur�i, y sin esquivar el arranque de cóleradesenvainó el sable e indujo a Bonn a que le imitara mientras aguijoneaba elaire, pic�ndole muy cerca de la mejilla con la puntiaguda arma, en aras deiniciar el duelo en que se batir�a contra ella.Literalmente entre la espada yla pared, Bonn se vio precisada a defenderse, brillaron y rechinaron losaceros; la pirata se mantuvo a la defensiva por corto tiempo, empezó a ganarespacio, arreciando �gil con las cuchilladas.Sin resuello y sin avizorarreposo, los mechones de pelo empapados de sudor, tirando y destrozando88 muebles, adornos e instrumentos de mariner�a, el comp�s de ruta, el astro-labio, un reloj de arena, un globo terrestre, la br�jula, tambi�n rotos ovolando hacia lo incierto en el desorden de la violencia, los piratas sefajaban con el exclusivo pretexto del honor.-�Debes parar! �Yo asumir� el duelo! �No lo har�s con Read, no con Read!-rogó, agitada.Respetuosos, se detuvieron, y marcaron una pausa, abatidos por ladisnea.-Es tarde, impart� órdenes a Harp, y ha ido a avisarle, Read debe deestar al corriente.El capit�n huyó de la cabina como un bólido, ella le persiguió.Encubierta, Read, dispuesta, impacientaba, la mano apretada en laempu�adura del sable.Los asombrados miembros del equipaje noentend�an ni ji�a frita de lo que acontec�a, no obstante, fueron agolp�ndosealrededor de Read.Harp hab�a recibido instrucciones de guardar discreción,y si desobedec�a, lo cual previó Rackham, puesto que el segundo timonelsustituto desconoc�a la prudencia dado su temple malsano y canalla,pagar�a la insensatez con su vida.Harp, con el objetivo de calmar lacuriosidad del p�blico, inventó entonces que Calico Jack y Read se batir�anen duelo ya que este �ltimo se negaba a fustigar a latigazos a Bonn.Latripulación se ofuscó a�n m�s, ��cómo pod�a acontecer tama�a barbaridad?!Para ellos Bonn era un hombre cabal, sesudo, denodado pirata, fiel amigodel capit�n por dem�s, �cómo pod�a castigarle sal�ndole en azotes? �Qu�humillante sanción para el simp�tico chico, pobre Bonn!-Pues s�, amigos, Bonn se quedó dormido como una jut�a conga, y nocompareció a la reunión de hoy porque no le salió de sus reales narices; loque significa una verdadera falta de respeto, una triste deslealtad -intentó,explicar Harp, enredando todav�a m�s la pita, torpe, nervioso, sin atinarcómo diablos salir del embrollo.La figura del capit�n se reflejó en las pupilas doradas de Read, endonde el descomunal sol destellaba a plenitud.Inesperadamente lafilibustera retrocedió, sólo para servirse del impulso y permitir que eladversario entrara en confianza.As� aconteció, el capit�n atacóventajoso, recurriendo a la furia, lo cual le restaba destreza y le sumabapeligro.Los sables chispearon contra un poste, a cada golpe se o�anexclamaciones admirativas o despreciativas al un�sono ante un toqueaudaz o una charranada.Read proteg�a su rostro con el antebrazo, des-plaz�ndose a los recovecos menos premeditados; hab�a aprendido en lacontienda que el contrario busca refugio en la sombra que le obsequia elenemigo, y ella esquivaba diestra, o con toda maldad se situaba de frenteal sol, mientras cegaba retadora al capit�n con el destello del acero.Despu�s de recorrer cubierta a lo largo y a lo ancho, prosiguieron por lasantab�rbara, el alc�zar, la cocina, los camarotes, las antiguas galerasahora usadas sólo para guardar v�veres, mercanc�a y el fruto del pillaje.Subieron de nuevo a zancadas de ogro, en una pelea sin descanso,visiblemente agotados, y sin embargo, perseverantes, enchumbados ensudor y brea, escupiendo la acumulación de saliva en las comisuraslabiales, vociferando insultos o vomitando gritos y quejidos.89 Se hallaban en pleno equilibrio en uno de los atravesados m�stiles,hab�an recorrido ya todo el borde ovalado de cubierta, a un tris de estrellarsecontra el agua, cuando a Juanito Jim�nez se le escapó la arenga que provocóla hilaridad salvadora, la que sacudir�a la tormentosa sed de venganza en elgenio de los duelistas:-�Hala, Read, t� a lo tuyo! �Est� canta'o, ni�o, est� que trina! �Esto lo ganael primo Read, que el capit�n tiene la guardia muy torc�'a, hay quereconocerlo! �No te jode, hereje?Tras la altisonante carcajada colectiva se hizo un silencio de cementerio.Read se sintió mezquina, lo que sólo suele ocurrir a las mujeres en instantestan decisivos, como estos en los que est� en juego la vida y sus maravillas, ycomprendió que le tocaba el turno a ella de brindar un chance al capit�n, ydescuidando adrede la ofensiva recibió un puntazo en el esternón, y se desta-rró, m�s por el empellón que a causa de la herida, estruendosamente contrael oleaje.El capit�n elevó los brazos, empu�ando triunfal la espalda, pero enlugar de un clamor victorioso oyó un alarido l�gubre como eco en conjunto,proveniente de las gargantas de los piratas que ya se abalanzaban a cubiertapara vigilar el inminente destino de Read.Emergió m�s r�pido de lo quepensaban, aunque se notaba que nadaba adolorida, y un hilillo p�rpura ti�óel agua.Detr�s de ella se hab�a lanzado Bonn en clavado libre, con lapretensión de salvar a su amiga.-�Cómo no me dijiste que se trataba de una mujer? -lamentó, indignado,Jack Rackham.Ann Bonny calló simulando mansedumbre, la vista clavada en eldemacrado rostro de su amiga.Llevaban unas cuatro horas en el camarotedel capit�n.El m�dico cosió el tajazo esmerado en que quedara lo m�s fino ycon el tiempo se hiciera invisible, untó una especie de �rnica, o ung�entoespeso y de color marrón alrededor de la cicatriz para contrarrestar laexcesiva inflamación.A una se�al, Hyacinthe empezó a vendar el torso de lachica.El cirujano lavó los instrumentos, los envolvió en pa�uelos de seda, eiba guard�ndolos metódicamente en cada compartimento del neceser.JackRackham le apartó a una esquina de la cabina en busca de intimidad, y letendió una bolsa pesada de joyas, para comprar abiertamente la discrecióndel galeno, y como era normal en �l, sin escr�pulos de ning�n tipo.Elhombre bajó, la cabeza evitando enfrentarle, y extendió la mano para, aceptarel pago en se�al de dócil sometimiento.Hyacinthe se retiró sin chistar detr�s de las huellas del sacapotras omatasanos, nombretes que se hab�a ganado el m�dico, de manerainmerecida, entre el ambiente burlón del equipaje [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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