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.�Prefiero, sin embargo, que antesde vend�rmelo vayas a proponerlo y a que te lo tasen otros mercaderes; y si te ofrecen m�s, consiento, enpagarte la diferencia y algo m�s de sobreprecio! Pero Aladino, que no ten�a ning�n motivo para dudar dela reconocida probidad del viejo orfebre, se dio por muy contento, con cederle el plato a tan buen precio.Ytomó los doscientos dinares.Y en lo sucesivo no dejó de dirigirse al mismo honrado orfebre musulm�n pa-ra venderle los otros once platos y la bandeja.Y he aqu� que, enriquecidos de aquel modo, Aladino y su madre no abusaron de los beneficios del.Retri-buidor.Y continuaron llevando una vida modesta, distribuyendo a los pobres y a los menesterosos lo quesobraba a sus necesidades.Y entre tanto, Aladino no perdonó ocasión de seguir instruy�ndose y afinandosu ingenio con el contacto de las gentes del zoco, de los mercaderes distinguidos y de las personas de buentono que frecuentaban los zocos.Y as� aprendió en poco tiempo las maneras del gran mundo, y mantuvorelaciones sostenidas con los orfebres y joyeros, de quienes se convirtió en hu�sped asiduo.�Y ha-bitu�ndose entonces a ver joyas y pedrer�as, se enteró de que las frutas que se hab�a llevado de aquel jard�ny que se imaginaba ser�an bolas de vidrió coloreado, eran maravillas inestimables que no ten�an igual encasa de los reyes y sultanes m�s poderosos y m�s ricos! Y como se hab�a vuelto muy prudente y muy inte-ligente, tuvo la precaución de no hablar de ello a nadie, ni siquiera a su madre.Pero en vez de dejarlas fru-Este documento ha sido descargado dehttp://www.escolar.com tas de pedrer�a tiradas debajo de los cojines del div�n y por todos los rincones, las recogió con mucho cui-dado y las guardó en un cofre que compró a propósito: Y he aqu� que pronto habr�a de experimentar losefectos de su prudencia de la manera m�s brillante y m�s espl�ndida.En efecto, un d�a entre los d�as, charlando �l a la puerta de una tienda con algunos mercaderes ami-gos.suyos, vio cruzar los zocos a dos pregoneros del sult�n, armados de largas p�rtigas, y les oyó gritar alun�sono en alta voz:  �Oh vosotros todos, mercaderes y habitantes! �De orden de nuestro amo magn�nimo,el rey del tiempo y el se�or de los siglos y de los momentos, sabed que ten�is que cerrar vuestras tiendas alinstante y encerraros en vuestras casas, con todas las puertas cerradas por fuera y por dentro! �porque va apasar para ir a tomar su ba�o en el hammam, la perla �nica, la maravillosa, la bienhechora, nuestra jovenama Badr�'l-Budur; luna llena de las lunas llenas, hija de nuestro glorioso, sult�n! �S�ale el ba�o delicioso!�En cuanto a los que se abrevan a infringir la orden y a mirar por puertas o ventanas, ser�n castigados conel alfanje, el palo o el pat�bulo! �Sirva, pues, de aviso a quienes quieran conservar su sangre en su cuello!Al o�r este pregón p�blico Aladino se sintió pose�do de un deseo irresistible por ver pasar a la hija delsult�n, a aquella maravillosa Badr�'l-Budur, de quien se hac�an lenguas en toda la ciudad y cuya belleza deluna y perfecciones eran muy elogiadas.As� es que en vez de hacer como todo el mundo y correr a en-cerrarse en su casa, se le ocurrió ir a toda prisa al hammam y escoraderse detr�s de la puerta principal parapoder, sin ser visto, mirar a trav�s de las junturas y admirar a su gusto a la hija del sult�n cuando entrase enel hammam.Y he aqu� que a los pocos instantes de situarse en aquel lugar vio llegar el cortejo de la princesa, pre-cedido vor la muchedumbre de eunucos.Y la vio a ella misma en medio de sus mujeres, cual la luna en me-dio de las estrellas, cubierta con sus velos de seda.Pero en cuanto llegó al umbral del hammmam se apresu-ró a destaparse el rostro; y apareció con todo el resplandor solar de una belleza que superaba a cuanto pu-diera decirse.Porque era una joven de quince a�os, m�s bien menos que m�s, derecha como la letra alef,con una cintura que desafiaba a la rama tierna del �rbol ban, con una frente deslumbradora, como el cuartocreciente de la luna en el mes de Ramadan, con cejas rectas y perfectamente trazadas, con ojos negros,grandes y l�nguidos, cual los ojos de la gacela sedienta, con p�rpados modestamente bajos y semejantes ap�talos de rosa, con una nariz impecable como labor selecta, una boca min�scula con dos labios encarna-dos, una tez de blancura lavada en el agua de la fuente Salsabil, un mentón sonriente, dientes como grani-zos, de igual tama�o, un cuello de tórtola, y lo dem�s, que no se ve�a, por el estilo.Y de ella es de quien hadicho el poeta:�Sus ojos magos, avivados con kohl negro, traspasan los corazones con sus flechas aceradas!�A las rosas de sus mejillas roban los colores las rosas de los ramos!�Y su cabellera es una noche tenebrosa iluminada por la irradiación de su frente!Cuando la princesa llegó a la puerta del hammam, como no tem�a las miradas indiscretas, se levantó elvelillo del rostro, y apareció as� en toda su belleza.Y Aladino la vio, y en el momento sintió bullirle la san-gre en la cabeza tres veces m�s deprisa que antes.Y sólo entonces, se dio cuenta �l, que jam�s tuvo ocasiónde ver al descubierto rostros de mujer, de que pod�a haber mujeres hermosas y mujeres feas y de que no to-das eran viejas y semejantes a su madre.Y aquel descubrimiento, unido a la belleza incomparable de laprincesa, le dejó estupefacto y le inmovilizó en un �xtasis detr�s de la puerta.Y ya hac�a mucho tiempo quehab�a entrado la princesa en el hammam, mientras �l permanec�a a�n all� asombrado y todo tembloroso deemoción.Y cuando pudo recobrar un poco el sentido, se decidió a escabullirse de su escondite y a regresara su casa, �pero en qu� estado de mudanza y turbación! Y pensaba:  �Por Alah! �qui�n hubiera podido ima-ginar jam�s que sobre la tierra hubiese una criatura tan hermosa? �Bendito sea la que la ha formado y la hadotado de perfección! Y asaltado por un c�mulo de pensamientos, entró en casa de su madre, y con la es-palda quebrantada de emoción y el corazón arrebatado de amor por completo, se dejó caer en el div�n, yestuvo sin moverse.Y he aqu� que su madre no tardó en verle en aquel estado tan extraordinario, y se acercó a �l y le pre-guntó con ansiedad qu� le pasaba.Pero �l se negó a dar la menor respuesta.Entonces le llevó ella la ban-deja de los manjares para que almorzase; pero �l no quiso comer.Y le preguntó ella:  �Qu� tienes, �oh hijom�o?! �Te duele algo? �Dime qu� te ha ocurrido! Y acabó �l por contestar:  �D�jame! y Ella insistió paraque comiese, y hubo de instarle de tal manera, que consintió �l en tocar a los manjares, pero comió in-finitamente menos que de ordinario; y ten�a los ojos bajos, y guardaba silencio, sin querer contestar a laspreguntas inquietas de su madre.Y estuvo en aquel estado de somnolencia, de palidez y de abatimientohasta el d�a siguiente [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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